jueves, 18 de enero de 2024

CALLE TRUJILLO : HOSPITAL DE LA CONVALECENCIA , LA CASA DE MARMOL Y LA POSADA DE LA CISTERNA.

 

HOSPITAL DE LA CONVALECENCIA.

 

Este hospital llamado “de la Convalecencia” porque se creó para recoger a los enfermos que salían del Hospital de Santa María, y fortalecerlos un poco para que pudiesen volver a trabajar, estaba en la esquina de la calle del Obispo y la calle Trujillo, junto al de Santa María con el que se comunicaba. Lo fundó en 1.720 el arcediano de Medellín don Juan Gómez del Águila. Este mecenas también pagaba un maestro para que enseñase en el pueblo de Santibáñez “Pues mando que de las rentas que el dejaba para este hospital se extrajesen 100 ducados con el fin de poder pagar al maestro de primeras letras e Santibáñez y otros cien para que estudiase en la Universidad de Salamanca un miembro de su familia.” 1



En la portada del antiguo hospital se puede ver el escudo de su fundador, el cual está compuesto de una cruz floronada y debajo un águila y un nogal.
En la actualidad se destina a centro de recogida de personas mayores desvalidas y sin medios económicos de subsistencia, denominándose “Hogar de Nazaret”, bajo la dirección de la Asociación Cáritas.

1. - Domingo Sánchez Loro. Historias Placentinas Inéditas tomo B. pág. 122.Cita el manuscrito de Barrio-Rufo en donde se relacionan las circunstancias necesarias para dar las obras piadosas que el arcediano de Medellín deseaba realizar.


 LA CASA DE MÁRMOL


Siempre me sorprendió una fachada tan imponente en una calle tan estrecha como es la calle Trujillo en Plasencia. Un amigo me ha desvelado el misterio: estaba delante de una plaza que permitía admirarla y en la que posteriormente, en 1933 se construyó la Plaza de Abastos de la ciudad.


El edificio se construyó en el siglo XIX, y perteneció a la familia de Vicente Silva Fernández, político y uno de los mayores terratenientes de la provincia. En él vivió su hijo Julián de Silva y Monge, que fue diputado en Cortes en 1867 y senador de 1891 a 1896, por la provincia de Cáceres.

La casa sufrió una profunda reforma en 1905 bajo la dirección del maestro constructor Julián Serrano Herrero, que proyecto la fachada que ahora vemos y la espléndida escalera de mármol que se ve en la foto inferior derecha, de la que hay que destacar también la barandilla.


La fachada es de estilo clásico con zócalo de piedra y almohadillado en toda ella. Los balcones, de trabajadas rejas, están sostenidos por ménsulas de mármol blanco.

Las portadas están recercadas por jambas y dintel de mármol muy decorados, y muy bonita la puerta principal de madera de castaño con adornos de cerrajería de bronce.

A cada cual su mérito, y también hay que reconocérselo al maestro marmolista, que fue Valentín Andrada.

Por la estrechez de la calle es imposible fotografiar la serie de bustos de personajes de la antigüedad en terracota que coronan la cornisa superior de la fachada.2

2.- Con el agradecimiento de la documentación aportada de Manuel Rubio.


LA POSADA DE LA CISTERNA

A muchas personas les resultará desconocido este nombre de  “La Posada de la Cisterna”. Para informarles, les diremos que la Posada de la Cisterna era lo que hoy conocemos como “Centro Cultural las Claras”  de Plasencia.
Para tener una visión del paso del tiempo, hemos rescatado de nuestros viejos papeles un artículo que escribía  don Manuel López Sánchez-Mora  en el periódico  El Regional en el año 1970,


Periódico “El Regional”  - día 02 de junio de 1970

Con este nombre se conoce todavía la que ya no es posada, aunque conserve la cisterna, de tan práctica aplicación antiguamente.Hoy dia forma parte del complejo cultural Las Claras, comunicandose

Era una de las que en tiempos pasados albergaba a los que venían a mercados y ferias procedentes de Malpartida, Carcaboso, Montehermoso y Valdeobispo, así como había otras en que se hospedaban los procedentes de la Vera y el Valle que entraban en la ciudad por la puerta y la calle del Sol.
Nunca había puesto yo los pies en la posada de la Cisterna a pesar de que en mis años jóvenes se la hizo protagonista de un suceso convertido en folletín por la imaginación popular, por lo que fue largos días objeto de nuestras conversaciones y de la visita tumultuosa de muchos vecinos y sobre todo vecinos de la ciudad.
Sabía que formaba parte de lo que fue casa solariega del matrimonio Camargo-Carvajal primero y luego del Convento de las Claras, fundado por aquellos píos esposos. Y tenía  para mí la Capilla que fue del Monasterio  el inolvidable recuerdo de haber sido en ella donde por primera vez un día de san Antonio oficié de Subdiácono, antes de cantar Misa, con toda la emoción de las primeras actividades ministeriales.
En 1958 cuando vinieron Restauradores del Museo del Prado a limpiar los cuadros del Retablo de la Catedral entré por primera vez en la Posada para ver las pinturas de un alto techo, pero era tal la ausencia de luz que nada pudimos apreciar. Una amable invitación de los propietarios de la casa me ha hecho visitarla recientemente y ver con ayuda de un potente foco eléctrico buena parte de lo que un artista consumado dejó allí estampado con materiales tan ricos que basta pasar una esponja por el polvo y el abandono de varios siglos para que aparezcan con toda viveza los colores primitivos, que han aguantado incluso el humo de años en que el local estuvo dedicado, según nos dicen, a secadero de tabaco.
Recordemos algo de la historia de la casa antes de entrar en detalles de lo que todavía conserva del antiguo esplendor.
En la segunda mitad del siglo XV doña Sevilla López de Carvajal, casada con don Alonso Ruiz de Camargo, otorgaba testamento disponiendo que en las casas que fueron de sus padres (en la calle del Rey, esquina a doña María de Molina) se edificase un Convento. Nombraba usufructuario vitalicio de sus bienes al marido que por razones largas de explicar no levantó el Convento en las casas de los suegros, heredadas por la esposa muerta, sino en la suya sita en la calle de Santa María (hoy Obispo don Domingo Jiménez) con salida a la calle de Trujillo. Con bienes de la mujer y propios dotó al Convento suficientemente y a finales del XV ya estaban allí las primeras Clarisas. El Convento era amplísimo como todavía puede apreciarse. Se conservan en la portada de la Iglesia (obra de Rodrigo Alemán, el de la sillería y el Puente Nuevo) y repetidísimos en el interior los escudos de los fundadores: los cinco calderos de los Camargos y la banda transversal con bordura de ramas de roble o encinas (carvallo en Galicia) de los Carvajal. (Sabido es que la bordura es lo único que distingue este blasón del de los Zúñigas que la llevan de cadenas porque provienen de Navarra).
Eran tan distinguidas las familias a que pertenecían las monjas del Convento de Santa Clara que Nobles, Títulos y Reyes porfiaron por honrarle y ampliarle. El mismo don Fernando el Católico le regaló una casa aledaña (hoy Editorial Sánchez Rodrigo) que había sido de un judío de los expulsados; y un Canónigo, Sánchez de Tamayo, le dio la suya, junto a la anterior, esquina a la Plaza de la Catedral, donde había nacido Galíndez de Carvajal.
La Iglesia, que hemos visto varios años dedicada a almacén de los artículos más extraños, paso a ser propiedad del Obispado.
Volvemos a la parte de la edificación que fue Posada de la Cisterna, en el fondo de cuyo patio se aprecia claramente la portada interior de la Capilla.
Se conservan, aunque tapiados, los claustros de la época conventual y pueden admirarse en los capiteles de las columnas lindos blasones de Camargos y Carvajal tallados en finísima piedra perfectamente trabajada.
Y en el interior, el salón principal de la Casa Señorial. Enorme en sus dimensiones. Las paredes debieron estar habitualmente colgadas de tapices pues no se advierte en ellas, ofreciendo fuerte contraste con el techo, el más mínimo adorno, aunque haría falta para asegurarse un picado de las repetidas manos de cal con que se las enfardeló a través de los años.
Lo interesante, lo rico es el techo. No tiene artesones. Están en toda su extensa superficie perfectamente  pintados los más caprichosos grutescos que alternan graciosamente con los conocidos blasones muy repetidos en lugares a veces insospechados. La pintura llega hasta por debajo de las elegantes y escalonadas zapatas en que se apoyan las vigas.

Era indudablemente la sala de respeto de la casa y creemos, por la repetición insistente de los emblemas Camargo-Carvajal, que se decoró antes de la fundación del Convento. Ello da a la pintura una antigüedad y un mérito a su calidad imponderables


                                                     José Antonio Pajuelo Jiménez.

 

        www.lavozdemayorga.blogspot.com                                 www.lavozdeplasencia.blogspot.com

 

 

 

 

 



 

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